
De todas las enseñanzas de mi madre, esta es una de mis favoritas.
Yo tendría unos 8 años y solía competir en carreras de atletismo. Siempre ganaba y me sentía muy “salsa” porque corría descalza y sin usar el arrancador. El pinche calor del suelo veracruzano hacía que mis pies volaran sobre la pista. Todo iba bien…hasta que empecé a perder. Con cada segundo o tercer lugar la rabia y la frustración se apoderaban de mi.
“Bueno, lo importante no es ganar sino competir” le dije a mi mamá cuando me puso una de sus inolvidables caras cuando algo la decepcionaba.
“No hija. Estás mal. Escúchame bien Diana, nadie compite para perder sino para ganar. Y ganar el primer lugar. ¿Para qué carajos son las competencias?” era flecha la señora.
Las palabras de mi madre hicieron que las lágrimas escurrieran otra vez por mis mejillas. ¿Cómo podía decirme eso?
“Pues es que no siempre se puede ganar mamá. ¡Me hicieron trampa!”
“¿Y entonces por qué lloras? Si no sabes perder no juegues ni compitas. O de plano aprende a perder…¿Verdad que no es bonito? Mejor échale ganas a lo que vale la pena”.
Comprendí entonces que competía solo por competir y demostrar que podía ganarles a todos. A mi el atletismo me daba lo mismo, que lo mismo me daba. Nunca me han gustado los deportes 🥎 ni nada que signifique esfuerzo físico extremo. Enfoqué entonces mis esfuerzos en lo que si me interesaba…escribir.
A los 13 participaba activamente de un taller literario dirigido por el cronista de mi ciudad. Yo le había contado mi fracaso como atleta y lo que mi madre me había dicho.
“Mira, te han dado una mención honorífica en los juegos florales del estado por tu poema” me dijo un buen día.
Sin decirme nada, mandó uno de mis poemas a un concurso donde participaban los mejores poetas y pensadores de la región. Estaba firmado por un seudónimo: “Furia”.
“Es que tienes un genio de la fregada”….
Mi poema “América” estaba publicado en la primera página del periódico de mi ciudad como premio de “consolación”.
Aún recuerdo la emoción de mi mamá cuando le mostré la publicación. La guardó por años en su mesita de noche.
No se quien fue más sabio, si mi madre o mi mentor literario, pero jamás olvidé la lección.
Al único que debes ganarle es a ti mismo y a ese ego espantoso que a veces nos hace perder de vista las cosas que realmente valen la pena y esas, son unas cuantas que seguramente están encerradas en las cuatro paredes de lo que llamamos casa…
PD: Ya no lloro cuando pierdo, porque siempre siempre salgo GANANDO.
