

Recuerdo perfectamente la primera vez que vi llorar a mi madre. Yo tenía casi 7 años y mi hermana estaba a punto de cumplir el primero. Mis abuelas rondaban la casa , gente iba y venía.
«Y ahora que se fue con otra mujer ¿Qué vas a hacer con tus hijitas? ¡Pobrecitas! Las abandonaron” nunca olvidé la frase misericordiosa de una pariente.
Mi madre se dedicaba al hogar por lo que el nuevo romance de mi padre nos sumió en un problema muy, muy grande. Mis abuelos maternos entraron al quite y durante varios meses pagaron la renta, la comida y todas nuestras necesidades. Mi amadísima Yoyis se vio literalmente obligada a trabajar como secretaria, pero nos la vimos negras.
Las palabras «amante», «quita maridos», «sucia», «zorra», «perra», «otra», «aquella», «piruja» y demás adjetivos pasaron a formar parte de mi vida diaria. Cada palabra venía acompañada de un nombre de mujer.
Resultaba que mi madre era una más a la que el marido le había puesto los cuernos. En mi familia machista dos cosas iban de la mano: Los señores eran infieles y las mujeres perdonaban. No hacerlo te ponía en el papel de la «estúpida» que se dejaba «quitar» lo que era «suyo».
Mi madre no fue la excepción y mi papá volvió a la casa. Sin embargo, la «otra» se vino a vivir con él. O sea, el fantasma de esa señora siempre estuvo presente entre mis padres.
Mi madre y yo jamás pudimos perdonarle la «afrenta». Ella sufrió muchísimo por su culpa y durante años deseé que a la “mujerzuela” se la comieran las ratas.
Juré entonces que a mi no me iban a volver a «abandonar», que nadie volvería a tenernos lástima y que bajo ninguna circunstancia perdonaría un desliz. Por eso, soy INCAPAZ de dejar mi autonomía económica y emocional en manos de un “señor”. Me basto y me sobro para mantenerme y me enorgullece pensar que lo que como lo compro EXCLUSIVAMENTE con el fruto de mi esfuerzo.
A esa primera infidelidad siguieron varias. Descaradamente vi a mi progenitor de la mano con la «otra». Otras.
Hace poco, con mis amigas hablábamos del tema. Curiosamente las que estaban dispuestas a perdonar la cornamenta eran aquellas cuyos padres nunca fueron infieles (o por lo menos no se supo).
Pero, a las que habíamos vivido con el asunto de la infidelidad en casa, simplemente se nos hacía inaceptable.
«Todos somos humanos y cometemos errores. Merecen una segunda oportunidad» dijo una de ellas.
«¡Claro que sí! que tenga la oportunidad…con otra…Largoooooooo de mi vida!”
«Bueno, ponle el cuerno tú también. No hay mejor venganza que esa» alegó una de ellas.
Pero resulta que no me creo capaz de engañar a nadie. Me encanta exhibirme con mis galanes (bueno, los que se pueden presentar) y no sirvo para hacerle al loco.
En conclusión, me declaro INCOMPETENTE en eso del perdón de los infieles. Soy una pisciana a la máxima potencia que no necesita perdonar 70 veces 7 al que la ofende. Como una tiene y que se large, para siempre y rapidito. Rompo fotos y recuerdos. Al olvido y a los leones por desleales.

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