LA HIJA DEL BORRACHO

Recuerdo aquella tarde en mi Coatzacoalcos querido. Yo venía caminando a toda prisa rumbo a mi casa porque iba a caer una tormenta. En eso, un grupo de amigos del barrio me saludó.

“Vimos a tu papá, estaba sentado en la esquina y no podía pararse. Estaba hasta las chanclas de borrachooooo” me dijo una muchachita de la que ya olvidé el nombre.

Quise que la tierra me tragara en ese preciso instante. Tenía 16 años y mi padre vivía la etapa más cruenta de su alcoholismo. Solo el que ha tenido un pariente alcohólico sabe lo traumática que resulta la vida social y familiar para quienes conviven con ellos.

Sin contestarles, apuré el paso mientras lágrimas de vergüenza corrían por mi cara. Lloré como pocas veces lo he hecho.

Ese episodio en mi juventud me ha acompañado el resto de mi vida. La maldita enfermedad destruyó el matrimonio de mis padres y de otros miembros de mi familia. Primos, tíos, sobrinos perdieron trabajos, relaciones, oportunidades y salud.

Me costó mucho, mucho perdonar a mi papá. De nada sirvió que entrara a un grupo de alcohólicos anónimos y que se mantuviera sobrio por varios años.

Constantemente el dolor de ser “la hija del borracho” oprimía mi corazón hasta que comprendí que uno no tiene la culpa de los errores de sus padres y que era mi elección seguir avergonzada o caminar con la frente en alto.

Esta mañana nuevamente me asaltaron los recuerdos y le marqué a mi papá que hoy tiene 71 años. Ya no lo juzgo y estamos en paz. Entender su problemática ha sido una tormenta emocional intentando evitar que esa herencia maldita llegue a mi casa.

Que las decisiones de otros NO TE DEFINAN, así sean las de quienes te dieron la vida…

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